Historia de una mente despierta

Doce de la noche. Sudor frío sobre mi piel. Mil agujas clavadas en mi pecho. Creo que no debería haber leído ese mensaje. Creo que no debería haber intentado responderte. Apagué el móvil para no verte.

Abro la puerta, las llaves están frías, en mi mente solo un pensamiento. Pasos divagantes, los zapatos en mis pies, los cordones a ras de suelo. Llamar el ascensor, en completo silencio, se escucha el motor a lo lejos. Saco mis cascos, me los pongo mientras en el móvil busco esa canción, darle al play. Mente cerrada, la puerta del ascensor abierta. Frente a mí al entrar, no veo más que la imagen de un perdedor, de alguien que por culpa de otros, había perdido su vida.
La calle, una fuerte brisa fría rozaba mi piel. Sentía las piernas heladas, pero, no era algo que me interesase. Comenzar a caminar, sin un rumbo fijo. Me daba igual a donde llegase, necesitaba caminar, moverme mientras en mi cabeza unos pensamientos perseguían a otros, mientras ese debate interno se avivaba en mi interior.
Puerto, agua. Esa dulce brisa. La misma que sentía cuando su piel rozaba la mía. Esa brisa, me hacía sentir bien. Mis ojos buscaron un lugar donde sentarse, mi deshecha mente, un lugar no muy bueno para mi estancia.
Puse la mano en el muro, estaba frío, rugoso, fácilmente escalable para mí. Dí un pequeño salto para impulsarme, intenté agarrarme a la pared, pero, no fui capaz. Caí al suelo, al igual que mi autoestima. Necesitaba sentir esa brisa, mi cuerpo me lo pedía, algo dentro de mí ardía al no ser capaz de hacer algo que en cualquier otra situación sería una simple tontería.
Volví a intentarlo, esta vez, una fuerza sobrehumana acompañaba a mi cuerpo. No era más que una pluma en el aire, subía fácilmente por la pared.
Cuando me di cuenta, ya estaba arriba. Me senté en el borde. Ahí es donde debía estar. Aquella dulce brisa me rodeaba y me hacía sentir mucho más tranquilo. Mis piernas colgaban en el borde, se movían ligeramente por el aire, porque las había dejado muertas, igual que ella había dejado mi corazón.
Sentí un toque cálido que recorría mi brazo desde la mano. Me asusté. Rápidamente alcé más la mano para ver que era. Un rastro de sangre, procedente de mis dedos, caminaba lentamente hasta mi codo, para gotear al suelo. Debía haberme hecho esa herida al intentar subir, pero me dio igual, una herida más grande estaba abierta en mi pecho.
Bajo mis pies, dos pisos de altura, sobre mi cabeza, un precioso cielo estrellado. Ninguna estrella brillaba más que tu sonrisa cuando era mía. Ninguna superaba esos bonitos ojos de miel.
Cogí el móvil. Volví a encenderlo. Ahí estabas, a mi lado, en ese fondo que tanto me encantaba. La casualidad dio en que un icono tapaba tu cara. No quería verte.
Al cabo de un rato, ya tenía cobertura. Mil mensajes colapsaban mi móvil. No quería leerlos. Me daba igual. Me daba absolutamente igual lo que había escrito ella, o ellas. Pero, no solo estaban esos mensajes. Había otros. Me dio absolutamente igual. Guardé el móvil en el bolsillo.
Había perdido el transcurso del tiempo, ¿qué hora sería? El mar estaba precioso, la brisa seguía abrazándome. Sabía que tú no lo harías más. Miré abajo, el vértigo me recordó que no debía subir tan alto. No tenía miedo, no servía de nada. Pensé que había escuchado tu voz, pero no eran más que imaginaciones mías. Habías sido tan cobarde, que ni siquiera tu voz fue la que me dijo adiós. Odiaba aquel mensaje. Odiaba haberte intentado responder. ¿Por qué no podía volver atrás?.
Odiaba estar allí arriba ¿por qué había subido? Mi móvil sonaba más y mas veces, había ruido de fondo, el mar rompía contra los muros del puerto.
Tantos por qué seguidos, tanto que preguntarme, tanto que ya estaba respondido, tantas cosas, de las que nunca habrá respuesta para mí.
Me estaba agobiando, estaba allí arriba, una voz me incitaba a saltar al agua, una parte de mí quería acabar ya con todo eso, ya nada merecía la pena.
Volvió a sonar el móvil. Me picó la curiosidad. Cientos de mensajes de ella, me daban igual. Había un mensaje más. De alguien que no me lo esperaba.
Empecé a leerlo. Sus palabras sonaban como si ella misma estuviese me estuviese hablando. Tenía toda la razón, cada palabra era perfecta. No, no debía hacer el imbécil, debía seguir adelante. Debía continuar la estúpida vida que quería echar a perder.
Esa no era manera de dejarlo todo atrás. La mejor manera era, dejar que el tiempo se lo llevase todo. ese mensaje, hizo despertar a mi mente.

Gracias a la chica que escribió ese mensaje, se que leerás esto, a veces sigo sin saber como agradecerte que en ese momento te acordases de mí.

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